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ARTÍCULO DE DAVID GISTAU SOBRE EL ESPAÑA- ITALIA DEL PRÓXIMO DOMINGO

No es el dinosaurio de Monterroso, sino Italia, lo que otra vez está ahí, en el despertar de cuartos. Es oír la palabra Italia, y los hinchas españoles reaccionan con el mismo estremecimiento de pánico que las hienas de El rey león cuando oían Mufasa: «¡Bbbrrr!...». Si Lineker hubiera nacido español, su célebre aforismo se le habría ocurrido un poco distinto: «El fútbol es un deporte en el que juegan 11 contra 11 y siempre nos rompe la nariz Italia». No importa que se trate de una Italia agónica, gripada en los primeros dos partidos, que sobrevivió al penalti de Mutu gracias a la punta de la bota diestra de Buffon, al igual que a Sean Connery en El hombre que pudo reinar, el cuero de la impedimenta le salvó de un flechazo del que salió ungido rey. Como la Italia campeona del 82. Como tantas veces Italia.

Un grupo de españoles veía el Francia-Italia en una terraza de Salzburgo. Cayó el 2-0. Y la retransmisión simultánea traía la noticia de la derrota rumana en ese partido en el que un pellizco de honra impidió a Holanda despejarse su propio camino en las semis, como si, puestos a tenerse fe de campeones, se sintieran capaces de ganar a Italia dos veces: una por coraje, y la otra por placer, que cantaba Paquita la del Barrio. Era evidente: nos tocaba Italia. Entonces, uno de los españoles se sacó el móvil del bolsillo, marcó un número, y dijo algo así como: "Cariño, en cuanto pueda cambio el pasaje, el lunes estoy en casa, besos a los niños".

Y nadie le reprochó el pesimismo. Al contrario. A su alrededor los semblantes parecían el del condenado cuando oye decir Dead Man Walking y apenas queda la esperanza de que antes del domingo suene el teléfono del gobernador conmutando la sentencia.

Así, la aceptación de una ley cósmica, de un folclore de la derrota, ha deshinchado la euforia que la Marea Roja se traía de Innsbruck y la ha sustituido por un ir haciendo cola para pillar bote salvavidas en Iberia ante la inminencia del naufragio. Incluso alrededor del Dome de Salzburgo, donde el ambiente estaba frío por la intrascendencia de la pachanga contra Grecia y el terror al enemigo a las puertas y hasta había quien intentaba deshacerse de la entrada sin hallar a nadie dispuesto a comprarla, las charangas que se empeñaban en renovar la fiesta de Innsbruck sonaban como la orquesta del Titanic ya colisionado el iceberg.

Un hincha procedente de Cabra (Córdoba), que llevaba sujeto de una correa un torito mecánico igual que Nerval su langosta, ya tenía preparado su consuelo preventivo: "¿Italia? Bah... Ellos sólo dan futbolistas. Y nosotros damos toreros, olé, que son mucho más gallardos...".

No estoy seguro de que eso alivie el domingo, cuando ocurra la Noche Triste de El Prater de la que tenemos ya el recuerdo, con o sin aguacero. Como no estoy seguro de que la producción de toreros baste para cerrar la boca al Camoranesi, que ha dicho que a España le faltan huevos para ganar a Italia. Otra vez Italia. Tantas veces Mufasa, "¡Bbbrrrr!...".

Y bueno. Lo que no se puede es huir: el partido hay que jugarlo. Y, por otra parte, ahí es donde queríamos ver a la dupla de velociraptores compuesta por Torres y Villa. Y a los licenciados en carácter mediante máster en Inglaterra. Y a toda esa generación que iba a alterar las costumbres del destino español y para la cual el partido contra Italia es la espada que ha de extraer de la roca. Es ahí, en unos cuartos de final contra Italia, donde Villa ha de enchufar el gol a Suecia, el que falló Julio Salinas en el 94, el que falló Raúl contra Francia en 2000, el que siempre falló alguien cuando a España se le esbozaba un horizonte más allá de la ronda fatal.

El Guaje, El Niño: es la piel de Italia la que han de presentar a la tribu para graduarse como guerreros, y para subirle el colesterol a Camoranesi, quienes cargan con tanto apodo infantil. Si no lo logran, otra vez se habrá cumplido un destino al que estamos acostumbrados.

Pero se consagrará aún más la sensación de que es imposible, de que jamás lo haremos, y de que no le alcanza al futbolista español para dar ese pequeño paso hacia los grandes que cuatro generaciones llevan esperando en otras muchas noches como ésta próxima de El Prater que nos tiene tecleando a Iberia mensajes de S.O.S. en código morse. Nos vemos el lunes, amor.

1 comentario

Angel -

Qué bien escribe Gistau. Ya lo viste tú, querido Tío Salar, preclaro como siempre, cuando daba sus primeros pasos en LA RAZÓN. (gracias, una vez más, por el descubrimiento).

Yo, por una vez y sin que sirva de precedente, voy con España. Por dos cosas:

1º) Por Luis.

Allá cada cual con sus filias y sus fobias. Yo admiro a Luis.

2º) Porque España es el equipo que mejor juega a pesar de no contar con los mejores futbolistas. Sería un premio al trabajo bien hecho que España pasara a Cuartos. (es jodidísimo hacer que una selección juegue como un equipo y eso lo ha conseguido Luis. El día que no esté se va a notar)

Estoy convencido, además, de que España (no diré la Roja, no sea que me regañe el Maikel) es superior a una Italia sin Pirlo (con él la cosa cambia, y mucho).

Ahora bien, si nos ganan, me sumo a Italia.

En resumen: el domingo iré con España. Pero si nos eliminan, a partir de ese momento iré con los primos. Como siempre.